viernes, 26 de abril de 2013

Las excusas es el enemigo del cambio para el éxito.

Las excusas son comunes. Son una forma cómoda de eludir nuestras responsabilidades.


Justificar nuestra mediocridad, encontrando culpables por todo aquello que siempre estuvo bajo nuestro control. Las excusas son una manera de decir: “Yo lo hice pero no fue mi culpa”.
  

Reprobé el examen pero la culpa fue del maestro que no nos dio suficiente tiempo para estudiar.
No he avanzado en mi trabajo pero la culpa es de mi jefe que no aprecia mi talento.

Fracasé en mi matrimonio pero la culpa fue de mi esposa que no hizo un esfuerzo por comprenderme.

Es posible que lo que estemos tratando de justificar con cualquiera de estas excusas sea una mala nota en la escuela, un rechazo en nuestra relación, un conflicto en el trabajo, o una crítica. No hay nada malo con tratar de evitar estas situaciones poco placenteras. Sin embargo, debemos entender que evadirlas no nos permite enfrentar y corregir el problema real que necesita ser resuelto.

Lo que estas excusas buscan es exonerarnos de toda responsabilidad y colocarnos en el papel de víctimas. Lo peor de todo es que, mientras pensemos que alguien más es el culpable, no haremos nada para remediar dicha situación. Después de todo, no es nuestra culpa.

Hay varias excusas. En que si verdaderamente quieres encontrar una disculpa para justificar cualquier cosa, ten la plena seguridad que la hallarás sin mayor dificultad.


Cuando Samuel tuvo que confrontar la difícil realidad de cambiar drásticamente su dieta alimenticia e implementar un riguroso plan de ejercicio físico para lidiar con la diabetes con la cual había sido diagnosticado, él encontró suficientes excusas para no hacerlo. A pesar de que era su vida la que estaba en peligro, él se rehusaba a tener que cambiar su estilo de vida. “Infortunadamente no tengo suficiente tiempo para ejercitar todo lo que debiera,” “esta es la manera como siempre he comido,” “trabajo hasta muy tarde, lo cual me impide levantarme temprano para ir al gimnasio,” “si comiéramos sólo aquello que es bueno para nuestra salud nos moriríamos de hambre de todas maneras.” Samuel llegó al punto de utilizar el nefasto adagio: “De algo tenemos que morirnos, ¿no es cierto?” El problema es que ninguna de estas excusas le ayudará a mantener su diabetes bajo control. Esperemos que se dé cuenta de eso antes de que sea demasiado tarde.

Finalmente, una vez que se utilices las excusas, notarás inmediatamente que nada habrá cambiado. El problema que estabas evitando enfrentar mediante la excusa continuará igual. No habrás avanzado hacia su solución sino que, por el contrario, habrás retrocedido. Peor aún, cada vez que utilizas dicha excusa, la llevas un paso más cerca de convertirse en realidad.

Cada vez que dices “no tengo tiempo” buscando justificar el no hacer lo que sabes que debes hacer, pierdes un poco más de control sobre tu tiempo y tu vida. Pronto comienzas a notar que estás viviendo una vida reactiva, de urgencia en urgencia, sin tiempo para hacer aquello verdaderamente importante para ti. Cada vez tu excusa adquiere una mayor validez, hasta que termina por ser parte de tu realidad.


Repetir y reafirmar estas ideas y creencias erradas tiene un efecto paralizante sobre nosotros. Lo interesante es que cuando nos detenemos a evaluar si dichas ideas son ciertas o no, descubrimos que muchas de ellas son falsedades que han perdurado gracias a que nadie tomó el tiempo para cuestionar su veracidad. Porque lo cierto es que todos tenemos todo el tiempo que necesitamos; ni un minuto más, ni un minuto menos. Tanto el triunfador como el fracasado cuentan con veinticuatro horas en su día. La única diferencia entre ellos es la manera como eligen invertir su tiempo.

Indudablemente, las excusas son una manera simple de evitar lidiar con el peor enemigo del éxito: la mediocridad. Así que olvídate de las excusas. Tus amigos no las necesitan y tus enemigos no las creerán de todas maneras.

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